lunes, 10 de octubre de 2011

Una de esquizofrénicos



Hace dos años, me dirigía a mi casa saliendo del metro de Avenida de América. Eran las 12 y pico de la madrugada, e iba sola. Subiendo la calle vi cómo un hombre se me estaba acercando. Era de mediana edad, bajo, gordito, calvo. Entonces me preguntó dónde había una ferretería por allí. Contrariada por la pregunta y por su voz aguda, le respondí indicándole una pero advirtiéndole de que no estaría abierta; a lo que respondió que era para ir al día siguiente. Entonces me hizo la verdadera pregunta clave: que si quería saber para qué iba a ir a una ferretería. ERROR: le contesté que sí (maldita incapacidad para negarme a hablar con desconocidos). Entonces, según caminábamos hacia la ferretería (en dirección a mi casa, ¡bieeen!) me cuenta que va a hacer un corto sobre una chica cuyos seres queridos mueren a manos de un loco asesino, y que ella se propone matarlo. Sigue con el relato hablando mucho y muy deprisa, y sin anestesia ni nada empieza a pedirme ideas sobre cómo matar a ese hombre con distintos utensilios de ferretería. Yo cada vez estaba más nerviosa, no sabía que hacer, así que le seguí la corriente pensando que eso sería la mejor opción para mi supervivencia, en vez de salir corriendo (pensé que entonces me perseguiría y posiblemente me daría caza violentamente), y le di ideas maravillosas. Y ya ocurrió lo más enfermizo: el hombre se tumbó en el suelo, como si fuera a hacer flexiones pero con las piernas abiertas, y me pidió que fingiera que le estrangulaba con la correa de mi bolso. Entonces ya, por fin, fui capaz de decir: no. Así que el hombre se levantó, me dio las gracias y se despidió de mí. Salí pitando a mi casa, sin dejar de mirar atrás. No me siguió.

Al poco se lo conté a una amiga, y con total indiferencia me dijo que a ella también le había ocurrido, en el mismo lugar, pero sin embargo a ella le contó - sin consentimiento alguno - que quería ir a la ferretería para comprar cosas para un MUSICAL. Lo que marcó la diferencia es que mi amiga le ignoró y se fue tan tranquila. Eso, y que a ella le ocurrió al mediodía. Yo, alucino.

Otro buen día, esta amiga y yo llegábamos a Avenida de América casi a las 2 de la madrugada y subimos la calle, llegando hasta el parque que está doblando la esquina de Avenida de América. Entonces, un hombre solitario nos pregunta DONDE HAY UNA FERRETERÍA. Mi amiga le dijo que no, yo me quedé muda, y las dos aceleramos el paso mirándonos y cuchicheando "era él, era él".
Y hasta aquí, nada más, salvo que un día me pareció verle en la acera de enfrente del parque.

Hace una semana, salí a las 2 de la tarde del metro de Avenida de América, pensando en mis cosas, mirando qué canción poner en mi ipod en lo que daba la vuelta a la esquina, cuando me percato de que alguien me estaba hablando; en lo que levanto la mirada para atender a la cuestión, escucho la palabra "ferretería" adornada con esa voz aguda, saliendo de los labios de esa cara que hacía tanto que no veía. Con los ojos como platos, respondí "no" y volví a bajar la mirada, aceleré el paso y me alejé mientras escuchaba "ah, bueno, vale". Con el corazón en un puño fui rápidamente a mi casa, sin dejar de darme la vuelta para ver si me estaba siguiendo, pero no. A las 3 tenía cita en una peluquería en la acera de en frente de Avenida de América, la que está junto a una carretera muy ancha. Muy a mi pesar fui, porque no quería perder la cita. Cuando llegué allí y le conté a la chica lo ocurrido, se llevó la mano a la boca, escuchó mi historia, y procedió a contar la suya: me comentó que "el otro día" ese hombre entró en la peluquería, preguntó por una ferretería y, tras obtener una negativa por respuesta, volvió a hacer su pregunta estrella "¿quieres saber para qué?", y les dijo a las presentes que quería matar a alguien y que quería ir a una ferretería para comprar un arma pequeña y matarlo por detrás. Tras la nueva negativa de las señoritas, se fue pacíficamente, como siempre. Imaginad cómo volví a mi casa después de aquello: histérica, medio llorando, con náuseas y sintiendo una mirada acechante que no apareció en realidad. Cuando llegué a casa llamé a la policía y me dijeron varias cosas: que llamara al 112 porque son ellos quienes se encargan de los enfermos mentales; que no iban a mandar una patrulla si no estaba segura de que el hombre siguiera allí; y que como el hombre solo es un enfermo mental qe cuenta la misma historia a todo el mundo y no ha hecho daño a nadie, que no podían detenerle. Cuando colgué ya exploté y me vinieron varios mensajes a la cabeza, siendo el más representativo el de: me van a matar por detrás.

Ante tanta histeria, decido con ayuda de mis amigos que seguiré yendo por el mismo camino, para poder llamar al 112 si le veo. Aun sin estar muy tranquila, me tomo la libertad de preguntar a mi profesor de Criminología, que me dio unas cuantas respuestas muy interesantes y me animó a llamar al 112, asegurándome que no corría ningún peligro a manos de ese esquizofrénico - diagnóstico exprés-, más que nada porque por lo menos a mí me había preguntado por mis ideas.

Ahora paso por allí cada día, al ir y volver de clase, y mi estado de alerta ha hecho que me haya pegado varios sobresaltos. Está en mi cabeza, y aunque no le vea, es como si estuviera en cada esquina. Estoy segura de que el muy cabrón aparecerá cuando ya me haya olvidado de él. 

Cuidado, gentes.